Por: Wolfgang Manasse
NOTA: En vista de que hoy se cumplen doce años desde que mi esposo ha trascendido quiero mandar en su homenaje esta reflexión tan certera que escribió, y que representa muy bien el ser que era. Anita/Alexiis
¿Quién soy en realidad…? Soy una parte del Ser. Yo soy… pero ¿quién soy?
Cuando me miro en el espejo veo un cuerpo. Pero… ¿Ese cuerpo soy yo?
El cuerpo es materia; la materia sin embargo, no puede pensar, sentir, actuar, puedo recordar cosas y tomar decisiones. Eso solamente es capaz de hacerlo la mente consciente. Sin embargo, yo soy capaz de pensar, sentir, actuar, puedo recordar cosas y tomar decisiones.
Por lo tanto soy “conciencia” desde el momento que tomo conocimiento de mi mismo, como una parte individualizada de la conciencia universal que todo lo abarca, como un alma.
Así que soy un alma… conciencia pura.
Soy perfecto y soy eterno. Siempre voy a “ser”.
Soy independiente de mi cuerpo. Mi cuerpo es transitorio, perecedero, pero yo SOY. Mi cuerpo es mi instrumento. Yo dirijo este cuerpo mediante mi cerebro y mi sistema nervioso. Con mis pensamientos. Esto no altera su independencia mientras vivo, pero sí su inseparabilidad física y completa integración. Por lo tanto existe independencia e integración simultáneamente.
Cada uno de mis pensamientos y cada uno de mis actos deja una huella en mi consciente: una causa a la que le sigue el efecto que corresponde a dicha causa, en calidad y cantidad.
Cuando se repiten pensamientos iguales o parecidos, se generan hábitos, experiencia, características. Como resultado se forma y modela la personalidad.
Mis pensamientos son dirigidos por mi mente consciente o, mejor dicho, deberían ser dirigidos por mi mente consciente porque, solamente de esa manera puedo ser capaz de dirigir mi destino conscientemente. Y tan pronto aprenda a dominar mis pensamientos seré dueño y señor de mi destino.
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Debo tener presente que, muchas veces, las sensaciones y mensajes del cuerpo influyen en mis pensamientos y en mi toma de consciencia.
También soy el responsable de mis actos y de mi “ser así”, porque solamente yo me puedo cambiar a mi mismo, modificar mi propio ser. Claro que para desear eso debo tomar conciencia que el hecho de modificar algo de mi mismo, hacia algo más positivo, significa “crecer”.
A través de mi propio cambio, cambio la causa y con eso mi vida, mi destino. En la India y en la Metafísica esto se llama “Karma”, palabra de origen sánscrito que significa “el hecho, el acto, lo creado”. ¿Creado por quién? ¡Naturalmente por mi mismo!
Yo mismo soy el creador de mi destino y me doy cuenta que cada ser humano es creador y portador de su propio destino.
Destino es la suma de nuestras decisiones. Es decir que no existe la suerte inmerecida ni la pena o la desgracia inmerecida. Solamente causa y efecto. (Efecto que no necesariamente se ha de cumplir en esta vida. Pero ese es otro tema…)
Cada pensamiento y cada acción es una causa a la que le sigue el efecto correspondiente, inexorablemente.
Dominando nuestros pensamientos, dominamos la ley del Karma. Cada efecto siempre corresponde a la causa, en calidad y cantidad. Por lo tanto, no hay casualidad, ni premio, ni castigo, sino solamente causa y efecto.
Parecería que el hombre deberá reencarnar hasta que haya vivido todos los efectos de las causas por él impuestas y haya cumplido de esa manera, con lo que podríamos llamar la ley de mantenimiento de la energía moral. El Karma sólo se genera por voluntad propia.
El hombre solamente se puede “librar” del Karma si ya no quiere extraer nada más de si mismo, actuando solamente como una herramienta del destino, arribando de esa manera a una acción completamente inconsecuente, chata, infra-mediocre.
Por lo tanto el destino no es una decisión inexorable de Dios, ni coincidencia ciega, siendo más bien, la ley más justa imaginable que dice que “cada uno recibe el efecto que causa”. Recibimos lo que damos y solamente cosechamos lo que hemos sembrado.
Reitero pues, que no existe ni la suerte ni la desgracia inmerecidos: solamente hay causa y efecto.
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Si bien me hallo atado a mi pasado, y debo vivir el presente, soy dueño de mi futuro, porque si hoy siembro una idea, mañana cosecho el hecho, pasado mañana la costumbre y finalmente mi carácter y mi personalidad, y con eso mi destino.
Por esta razón busco comportarme de tal manera que ‘pueda respetarme a mi mismo’. En la medida en que voy cambiando actitudes también cambian mis condiciones existenciales. Sin embargo, soy independiente de las condiciones, soy independiente del mundo que me rodea y también decido si me siento sano o enfermo.
Me hallo en situación de desarrollarme en tal forma, que finalmente, pueda desplegarme totalmente. La vida me ayuda, poniéndome exigencias en confrontación permanente de situaciones gratificantes y momentos felices, con dificultades y obstáculos, y el sentido de la vida es gozar de las primeras y superar los inconvenientes y salvar los obstáculos de la mejor forma posible, y a través de ellos aprender, crecer y madurar.
Este es mi aporte a mi evolución; yo desarrollo y despliego aquella parte de la creación que me fue otorgada: me mente consciente. Mi mente consciente por la que yo debo asumir toda la responsabilidad.
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Tan pronto deje de cumplir con este deber, la naturaleza me brinda enseñanza adicional en forma de enfermedad y dolor. Cualquier enfermedad es una señal de la desviación de la armonía. En el momento en que ésta se presenta, ya no me encuentro bien, dejo de estar en orden, equilibrio y armonía, y como señal de ello, tampoco estoy bien en lo externo, ya que mi cuerpo es la imagen de mi propio íntimo y verdadero ser. Cuando mi ser consciente está en armonía con las leyes de la creación también lo está mi cuerpo. Enfermarse es salir del orden. Indica que se ha perdido la armonía, y esto significa que se han infringido leyes de la naturaleza y que se hace necesaria una corrección.
El síntoma es solamente el dedo que señala que hay algo que anda mal, es una información al respecto, pero no es la enfermedad misma.
La palabra “sanar” señala lo que realmente importa: curarse, sanar en el más amplio sentido de la palabra, en lo físico y en lo psíquico, lo emocional y energético, perfeccionarse. Por lo tanto curar no significa reprimir o tapar algo, sino prevenir, desviar una desgracia, ponerle fin buscando la verdadera causa.
Cada enfermedad o dolencia es una manifestación del hecho que ha quedado bloqueado en proceso de aprendizaje; por eso la enfermedad no es mi enemiga, sino en realidad mi socia, mi amiga que quiere decirme algo. Me quiere decir que debo hacer algo o dejar de hacerlo y también me dice qué es lo que tengo que hacer y dónde se encuentra la falla, o tal vez, que me va acompañar el resto, o gran parte de mi vida; y con más razón, tengo que amigarme con la idea de considerarla mi socia y amiga.
Para comprender el idioma de los síntomas tengo que traducirlo, tengo que trasladar, transformar el acontecimiento a otro nivel, a un nivel anímico espiritual. Así me doy cuenta que en realidad, se trata de lograr que el síntoma de la enfermedad se vuelva superfluo, a través de un proceso de concientización. Sin este proceso de tomar conciencia no puede haber una curación verdadera. Supongo que el estar enfermo es un requisito para la clarificación hacia y hasta la curación, hasta el logro de la integridad, la perfección y la armonía.
Prevención significa en realidad, que con nuestra voluntad estamos dispuestos a doblarnos, para que no llegue a ser la enfermedad la que nos doblegue.
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El que no trabaja en sí mismo y consigo mismo, está expuesto a que alguien o algo lo haga: lo utilice. En ese sentido, a veces, tal vez, deba hacer cosas que otros no considerarán correctas o adecuadas. Pero si quiero llegar a la fuente, al manantial, tengo que nadar contra la corriente.
A tal fin me ayuda la convicción de que fui creado como un ser perfecto y el hecho de que sufro, es solamente debido a mi paulatino alejamiento de esa perfección.
Por eso no son las circunstancias las que me hacen feliz o infeliz, sino siempre, mi ser interno, mi actitud. Las circunstancias son completamente neutrales, simplemente se presentan, existen; pero será mi decisión, mediante mi actitud frente a las circunstancias, rechazarlas y en consecuencia sufrir, o aceptarlas alegremente y entonces puedes ser feliz.
Mediante mi criterio y mi actitud frente a las circunstancias origino mis sentimientos. Tomando conciencia de esta realidad gano libertad, reconozco que puedo ser libre, y que yo mismo soy el único obstáculo en el camino hacia esa libertad.
En el momento en que me domino a mi mismo, domino mi destino y mi natural espontaneidad, pero mientras dejo que me dominen mis deseos, mis apetitos, mis pretensiones y ansiedades, sigo siendo esclavo de estos. Ser libre significa en realidad, no tener deseo alguno. Para eso deberé tomar consciencia que siempre ha de ocurrir lo mejor para mi, hecho que aceptaré con alegría.
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La cúspide del pensamiento es la acción, sin la que el pensamiento carece de valor, de ello deduzco que mediante un permanente pensar y expresar positivo, - poniendo una suerte de guardián delante de la puerta de mi conciencia, que permita entrar o salir solamente lo bueno – puedo llegar a generar el destino deseado.
(Para aclarar y ordenar mis propias divagaciones en este momento, debo tomar conciencia de la validez de los símbolos del Tao, del Yin y Yang de la antigua filosofía china, en el sentido de que no hay nada absoluto; que no existe la perfección inmaculada, incondicional, y de que no hay reglas sin excepciones. Por lo tanto no existe la verdad absoluta ni la falsedad absoluta).
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En consecuencia trato de practicar todo aquello que he aceptado como bueno y correcto, para dejar de actuar en contra de mi propio saber, para dejar de tener expectativas que no dependan de mi mismo y esperar cosa alguna de otros.
En la medida que no espero nada de los demás ya no puedo enojarme, nunca más me siento ofendido, mortificado o lastimado; no siento agresión alguna, ya que asimilo que nadie me puede hacer renegar, ofender o herir, salvo yo mismo.
Así también veo que el hombre no existe para dominar a otros, ni para ser dominado por otros, sino que debe aprender a dominarse a si mismo. Con esta actitud no sólo puedo ayudarme a mi mismo, sino también a los demás; puedo hacer que se sientan contentos y elevados. De modo que no tengo compromiso solamente conmigo mismo, sino con todo mi entorno, con los demás.
Sin embargo mi deber prioritario es conmigo mismo; un deber que no puedo ni debo descuidar sin el riesgo de sufrir las consecuencias. Mi fuerza y mi seguridad también ayudan a otros a sentirse fuertes y seguros. Mi amor ayuda a los demás a otorgar más amor a la vez de sentirse amados. De esta manera acepto a las personas tal como son, esperando llegar a ser para ellos, simplemente yo, sin otros adjetivos o complicaciones.
Ligándome con esta toma de conciencia, modifico el mundo, ya que la mente consciente es la energía más grande y potente del universo. Las vibraciones energéticas de la mente consciente influyen sobre plantas y animales, hasta sobre la materia.
La toma de conciencia es la mayor de las causas, de manera que puedo ayudar a la formación de mi entorno mediante la modificación de mi conciencia. De esta forma ayudo a formar un mundo nuevo, un mundo lleno de belleza, armonía y amor.
En un mundo así no hacen falta leyes, ya que cada uno lleva la ley dentro de su ser. Un mundo así puede ser realidad, y mediante mi transformación comienzo a ayudar a hacer realidad este mundo nuevo.
Trabajo en esta misión haciendo lo que sé hacer lo mejor posible, juntamente con todos los hombres de buena voluntad, independientemente de la religión, nacionalidad o color de piel, ya que todos somos hermanos. Todos como yo, partes individualizados de esa conciencia. Todos somos uno. Todos somos creación de Dios.
¿Dios? ¿Dios…? ¿Tengo que creer en un Dios? ¿Acaso no es Dios un invento del hombre, una necesidad creada para disponer de alguien que se haga cargo de nuestra responsabilidad?
No puedo negar a Dios. Pero este Dios solamente me exige sentido común y cumplimiento natural de los preceptos básicos de la ética y de la moral que se pueden sintetizar en pocas palabras:
“Ser honesto conmigo mismo y con los demás. No hacer a los demás lo que no quisiera que me hiciesen a mí”.
Todos somos uno y solamente existe una religión, la religión de la verdad propia y del amor. Sin necesidad de rituales, sotanas, togas, disfraces o slogans. Es la religión del corazón. No es cristiana, ni islámica, ni judía, ni budista, ni tiene otro nombre; es solamente verdadera, real, y no necesita de poder, ni de sacerdotes, ni leyes, prohibiciones o tabúes.
No necesita prejuicios, ni es tolerante.
¡No tolera, acepta!
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Estoy dispuesto a dejarme guiar por esta conciencia y voy a ayudar a que la conozcan mis semejantes.
En el momento en el que esta perfección penetra mi conciencia y la llena, estoy instalando únicamente causas – lo más perfectas posibles – para mi destino, cuyo efecto será el hecho de vivir plenamente, en buen estado de salud, en felicidad y armonía.
Y por todo eso doy las gracias, desde el fondo de mi corazón, estoy contento y agradecido.
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